Para aquellos viajeros que tengan su base en Tokio, hacer una escapadita a la cercana península de Izu puede ser una buena opción. Aunque madrugando y dándose prisa se puede hacer en un día, creo que lo ideal es hacer mínimo una noche para ir sin prisas. También tengo que decir que en mi caso apenas visité un par de lugares, y en invierno, con las playas vacías (en julio y agosto pueden estar a tope, dicen) y apenas turistas. Pero me gustaron tanto, que merece la pena hacer esta entrada.
A Shimoda (estación Izukyū-Shimoda) se puede llegar en tren regular desde Tokio (entre dos y tres horas de viaje, dependiendo de si se usa el shinkansen). Haciendo transbordo en Atami, se recomienda reservar un asiento con vistas al mar en los trenes Izukyūkō (vagones Resort 21 de Izukyū), y así disfrutar durante gran parte del trayecto de espectaculares vistas al mar.
La ciudad durante invierno es una tranquila ciudad costera de unos 25000 habitantes. Tiene su lugar en la historia porque fue aquí donde, a mediados del siglo XIX, los estadounidenses con la flota al mando del Comodoro Perry forzaron la apertura de Japón a Occidente tras siglos de aislamiento. Personalmente, a mi, sus bonitas playas y unas vistas magnificas desde el parque que hay junto a la bahía me sirvieron para desconectar del ajetreo de Tokio.
Por menos de 4000 yenes es posible alojarse en un ryokan (yo me alojé en el ryokan Ōizu, bastante buena relación calidad-precio, recomendado en la guía lonely planet).
Pero lo que me hizo realmente merecer la pena fue el día siguiente, a una hora en autobús desde Shimoda la visita a Dōgashima, unas espectaculares formaciones rocosas al Oeste de la península. Aunque la mar estaba demasiado embravecida para hacer la visita en barco a la cueva costera cercana que me habían recomendado, y aunque no tuve tiempo para disfrutar del rotenburo (onsen al aire libre) de Sawada Kōen, el día era magnífico y el paisaje de olas golpeando furiosas contra la roca es algo que difícilmente voy a olvidar nunca.