En los subterráneos de una estación de metro (Ginza) en Tokio existe un pequeño restaurante de sushi donde Jiro, un chef de 85 años y considerado el mejor cocinero de sushi del mundo, ha dedicado su vida a perfeccionar su arte.
En este documental además de la pasión y obsesión de un hombre, se abordan las complicadas relaciones paterno-filiales con los herederos del negocio familiar, que sobrellevan como pueden la presión de saber que, en un futuro no muy lejano y pese a su categoría indiscutible, no les va a ser sencillo escapar de la gigantesca sombra de su padre y reivindicar un renombre equiparable. Es un documental también sobre el arte de crear sushi, el mejor sushi, que gracias a su cuidada dirección y fotografía hará la boca agua de cualquiera. Asimismo la relación entre Jiro y sus clientes, también se revela muy distinta de la que se establecería en un restaurante occidental (aquí los clientes en realidad son más bien asistentes a un espectáculo, caro por cierto, ofrecido por un genio, un artista que impone sus normas).
Pero para mi sobre todo es un documental sobre Japón y su cultura. Es cierto que el caso de Jiro es un caso extremo y hasta cierto punto obsesivo, pero la suya es una personalidad que representa muchos de los rasgos que entiendo que promueve la cultura japonesa: disciplina extrema; perfeccionamiento a través de trabajo, perseverancia y sacrificio; sentido del deber y respeto. Rasgos loables pero que generan tensiones con la individualidad y ambiciones personales de sus hijos y de sus aprendices, de igual modo que en el Japón actual existe un incipiente conflicto entre las viejas formas y las nuevas generaciones más individualistas.
Una gran película que la crítica ha elogiado unánimemente y que yo también recomiendo personalmente.